domingo, 18 de mayo de 2008

“Vivir significa hoy, más que nunca, viajar; la condición espiritual del hombre como viajero de la que habla la teología es también una situación concreta para masas de personas cada vez más considerables. En las vertiginosas transformaciones del vivir, el regreso a sí mismo-material y sentimental-se vuelve más incierto; el Ulises actual no se asemeja al homérico o al joyceano, que al final vuelven a casa, sino más bien al dantesco que se pierde en lo ilimitado, o al de Li Sao de Chü Yüan, una peripecia ulisiana china, que al final ve su pueblo desde lo alto pero no puede regresar a él”.


Claudio Magris, fragmento de El infinito viajar

lunes, 21 de abril de 2008


Viajar para contarlo tiene, también en estos tiempos de aviones y televisiones, algo de arcaico. Como son arcaicos tantos otros placeres. El placer, en este caso, de dejarse contar, de acompañar una mirada claramente arbitraria: el relato de viaje, el ínfimo fragmento de una vida. Y el placer, para mí, de hacer de la mirada pretendidamente neutra del reportero un ojo caprichoso. Esconderse en un cruce: deslizarse más acá del periodismo, más allá de la literatura, para ocupar un lugar sin espacio: escribir crónicas. Retratos del tiempo.

Martín Caparrós.

sábado, 19 de abril de 2008

Un hotel inteligente

"El viaje en sí es el hogar", escribió Basho, el poeta japonés del siglo XVII, en uno de sus viajes. Y quizás lo fuera para él. Pero para un alma viajera moderna, ¿podrá alguna vez la habitación de un hotel alcanzar las comodidades del hogar? Al entrar en una, lo primero que hacen muchas personas es orientarse: descubrir dónde está todo y cómo funciona, juguetear con la mejor configuración de iluminación y temperatura y colocar las cosas de tal forma que se parezcan más o menos al hogar. Pero hay fuerzas que van en contra de ese "sentirse como en casa", y muchas de ellas vienen provocadas por defectos en el diseño.
Basta con quemarse una sola vez en una ducha extraña o unos minutos intentando descifrar las funciones de un complejo despertador para sentir el deseo de volver al hogar de verdad. Sin embargo, hay un lugar en el que muchos de estos fallos se han solventado con ayuda de la tecnología intuitiva y el diseño inteligente, un lugar marcado por una comodidad y un confort intrínsecos tales que incluso el hogar empieza a parecer de peor calidad. Es el último Hotel Península, un edificio de 24 pisos que se encuentra enfrente del parque Hibiya, en el distrito Marunouchi de Tokio, que cuenta con lo que podrían ser las habitaciones de hotel mejor planificadas del mundo.
Un hotel de alta tecnología en Tokio no es ninguna novedad, por supuesto. Aquí incluso los hoteles medianos suelen disponer de servicios como cortinas controladas con un mando a distancia, fax y televisores de pantalla plana. Y otros muchos detalles de la vida japonesa ?como las puertas de los taxis que parecen abrirse por sí solas, dispositivos que suministran jabón que se activan con el movimiento y asientos que se pliegan automáticamente al final del trayecto del tren? están también diseñados para que funcionen de la forma más fluida posible, sin que haya momentos incómodos ni se desperdicien movimientos.
Pero el Peninsula, en el que las habitaciones cuestan a partir de 60.000 yenes la noche (cerca de 360 euros), se ha convertido en un lugar de peregrinación para los hoteleros desde su apertura en septiembre. Al cliente, que acaba de llegar de un largo vuelo y de un viaje de dos horas con un atasco infernal desde el aeropuerto de Narita, le hacen pasar a un espacio tranquilo y ligeramente iluminado en el que parece que se haya anticipado cualquier eventualidad.
¿Necesitas llamar a casa para confirmar que has llegado? El panel del teléfono te muestra la hora de allí. El hotel tiene habitaciones con pantallas de televisión antiniebla en el baño, además de mandos a distancia junto a la cama para ajustar la humedad, la televisión y la luz. la temperatura en tu ciudad y las fiestas). ¿Te sientes deshidratado por el vuelo o el invierno de Tokio? No necesitas malgastar media hora con una ducha: simplemente ajusta la humedad. ¿Necesitas despertarte para una reunión? Mete un cartucho de expreso en la cafetera Lavazza que se encuentra tras la impecable puerta de un armario y dale a un botón.
Cuando suena el teléfono, la radio o la televisión se ponen en silencio de forma automática. Cuando suena por la noche, el aplique que se encuentra a un lado de la cama brilla lo justo como para que puedas responder. El teléfono del baño cuenta con un filtro digital para que no haya eco. Si le das al botón de "spa" en la bañera, la luz se baja un poquito y la radio se cambia a una emisora en la que esté sonando música relajante.
Para llamar con Skype por Internet, no necesitas encender el portátil: simplemente dale al botón de Skype en el teléfono. Si quieres seguir la conversación en la recepción del hotel, te puedes llevar el teléfono inalámbrico contigo. Para seguir hablando en la calle, el teléfono capta una red para móviles.
El hombre que está detrás de gran parte de este proyecto es Fraser Hickox, jefe del departamento de ser vicios electrónicos de la compañía, que supervisó a más de 20 ingenieros durante dos años a medida que probaban varias versiones de la habitación. Aunque Hickox, un australiano que vive en Hong Kong, tiene un doctorado en física de radio, le gusta hacer que sus habitaciones sean accesibles también para los que no son científicos. "El gran secreto de la tecnología", comenta, "es que no deberíamos tener que pensar en ella". La tecnología es la parte más fácil, añade Hickox.
Lo que cuesta de verdad es anticipar su uso óptimo. Detrás de cada innovación de las habitaciones del Península hay una historia. La radio con Internet del panel de la pared, por ejemplo, surgió de una conversación que Hickox mantuvo con un cliente japonés en el Península de Nueva York. Tras un día plagado de reuniones estresantes, quería relajarse con un toque que le recordara su hogar ?en su caso, escuchar la emisora japonesa NHK en su propia radio de onda corta.
Hickox admite que tanto su plantilla como él han hecho "alguna que otra tontería" en su búsqueda de los servicios ideales. En el Península de Hong Kong instalaron teleimpresoras de los valores de la Bolsa. "Pensamos que a nuestra clientela le interesaría seguir el mercado bursátil", explica. "Pero la única persona que las utilizaba era nuestro técnico, para saber si funcionaban correctamente".

domingo, 17 de febrero de 2008

Del El Libro del desasosiego

En las vagas sombras de luz por terminar antes que la tarde sea pronto noche, disfruto de errar sin pensar entre lo que la ciudad se vuelve, y ando como si nada tuviese remedio. Me agrada, más a la imaginación que a los sentidos, la tristeza dispersa que está conmigo. Vago, y hojeo en mí, sin leerlo, un libro intersperso de imágenes rápidas, del que voy formándome indolentemente una idea que nunca se completa.

Fernando Pessoa

lunes, 14 de enero de 2008

Al volante del Chevrolet

Al volante del Chevrolet por la ruta de Sintra,
a la luz de la luna y al sueño por la ruta desierta,
conduzco a solas, conduzco casi despacio, y un poco
me parece, o me esfuerzo porque un poco me parezca,
que sigo por otra ruta, por otro sueño, por otro mundo,
que sigo sin que haya Lisboa dejada atrás o Sintra a la que llegar,
que sigo, ¿y que más puede haber en seguir sino no parar, proseguir?

Voy a pasar la noche en Sintra por no poder pasarla en Lisboa,
pero cuando llegue a Sintra me apenará no haberme quedado en Lisboa.
Siempre esta inquietud sin propósito, sin nexo, sin consecuencia,
siempre, siempre, siempre
esta desmedida angustia del espíritu por nada
en la ruta de Sintra o en la ruta del sueño o en la ruta de la vida...

Maleable a mis movimientos subconscientes del volante
galopa debajo de mí conmigo el automóvil prestado.
Sonrío del símbolo al pensarlo, y al girar a la derecha.
¡Con cuántas cosas prestadas voy yendo por el mundo!
¡Cuántas cosas que me prestaron conduzco como mías!

A la izquierda la casucha –sí, casucha– al borde del camino.
A la derecha, el campo abierto, con la luna a lo lejos.
El automóvil, que hasta hace poco parecía darme libertad,
es ahora una cosa en donde estoy encerrado,
que sólo puedo conducir si estoy encerrado en ella,
que sólo domino si me incluyo en ella y ella me incluye a mí.

A la izquierda, ya atrás, la casucha modesta, menos que modesta.
Allí la vida debe ser feliz sólo porque no es la mía.
Si alguien me vio por la ventana soñará: ese sí que es feliz.
Para el niño que atisbaba detrás de los cristales de la ventana de arriba
tal vez yo haya quedado (con el automóvil prestado) como un sueño, como un hada real.
Para la muchacha que al oír el motor miró por la ventana de la cocina desde el piso de abajo,
tal vez yo fuese algo así como el príncipe que hay en todo corazón de muchacha,y de reojo pegada al cristal tal vez siga mirando hasta la curva en que me perdí.

¿Dejo los sueños a mi espalda, o será el automóvil el que los deja?¿Yo, conductor del automóvil, o el automóvil prestado que conduzco?

En la ruta de Sintra a la luz de la luna, en la tristeza ante los campos y la noche,mientras conduzco el Chevrolet prestado desconsoladamente
me pierdo en la ruta futura, me sumo en la distancia que alcanzo,
y en un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible,acelero...

Pero mi corazón quedó en el montón de piedras del que me desvié al verlo sin verlo,junto a la puerta de la casucha,mi corazón vacío,mi corazón insatisfecho,mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida.

En la carretera de Sintra al filo de la medianoche, a la luz de la luna, al volante,en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia imaginación,en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra,en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí...
Fernando Pessoa