lunes, 21 de abril de 2008


Viajar para contarlo tiene, también en estos tiempos de aviones y televisiones, algo de arcaico. Como son arcaicos tantos otros placeres. El placer, en este caso, de dejarse contar, de acompañar una mirada claramente arbitraria: el relato de viaje, el ínfimo fragmento de una vida. Y el placer, para mí, de hacer de la mirada pretendidamente neutra del reportero un ojo caprichoso. Esconderse en un cruce: deslizarse más acá del periodismo, más allá de la literatura, para ocupar un lugar sin espacio: escribir crónicas. Retratos del tiempo.

Martín Caparrós.

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